domingo, 14 de marzo de 2010

M. Delibes

-¡Sálvese quien pueda! - Gritaban los niños que jugaban con globos de agua, sonrientes, felices. Cuanta envidia me daba su juventud, sus ágiles piernas, su vitalidad. Y yo, que los contemplaba desde mi perspectiva, desde el mundo que agoniza en mi interior, me sentía como un príncipe destronado. Siempre me habían dicho que tenía que vivir al día, que un año de mi vida pasaría rápido en mi situación, pero el camino de mi vida lo había hecho el loco que vivía en mi interior, no yo.

Él era pasional, audaz, vigoroso y grande; el ejemplo a seguir, la sintonía perfecta. Yo… yo tan solo soy la hoja roja que cae cuando llega el otoño, y que tantos niños pisan porque adoran el crujir de la sequedad bajo sus pies. Yo soy la sombra que descansa junto a la sombra del ciprés alargada, sombra de lo que fue y ya no es.

Cuando era niño adoraba a mi mejor amigo, con el que compartí juegos, peleas, noches y días. Nacho el mago le llamaba. Él creía que yo lo decía porque me traía dulces que robaba en la tienda de Mario para hacer la tarde menos pesada, para recuperarnos de los largos tutes en bicicleta por el campo, nuestra vida al aire libre, nuestra vida sobre ruedas. Pero en realidad era mago porque sacaba sonrisas de dónde no las había. Ambos conservábamos, hasta hace poco, el tesoro de nuestra infancia. Nuestras queridas bicicletas que tantas tardes nos habían salvado del aburrimiento y que tan grandes y audaces nos hacían sentir.

Grande y audaz: yo ya no le encuentro sentido a esas palabras. Mi vida se ha reducido a una novela de amor: Nací el día de los santos inocentes, crecí por esos mundos, me enamoré de una mujer de rojo sobre un fondo gris, la perdí sometiéndome a los estragos del tiempo y aquí sigo, después de veinticinco años de escopeta y pluma escribiendo el diario de un jubilado.

Sin embargo aprendí un día en cinco horas con Mario, el dependiente de la tienda en la que mi amigo robaba, que todo lo que yo he vivido, muchos quisieran vivirlo y pocos lo van a conseguir. Aventuras, venturas y desventuras increíbles dignas de recordar. Con veinticuatro horas diarias repartidas en ochenta y nueve años yo he sido capaz de amar y de sufrir, de llorar y sonreír; he sido capaz de dar vida a seis buenas personas, gente de provecho, pero he sido también un hereje sin perdón. He hecho dos viajes en automóvil teniendo en cuenta los tiempos que corren. He dicho siempre las cosas claras, he escrito todo lo que he querido sin que nadie me lo impidiera y he leído incluso lo que nunca me hubieran permitido leer en casa. Me he desarrollado como ser humano y como intelectual de mi oficio. He tenido tiempo para darme cuenta de que aún es de día, que no todo está perdido. He perseguido y conseguido mi gran objetivo en la vida: ser feliz. Y tan solo me quedaba un sueño por cumplir, algo imposible para los medios de los que dispongo. Yo, Miguel Delibes, quería ser eterno, pero hoy la literatura castellana está de luto.

In memoriam, 1920 - 2010 ♥

2 comentarios:

  1. Vaya pedazo de homenaje que le has hecho a este escritor, me encanta :)

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  2. INCREIBLE, Laia!!! Alguien muere cuando se le olvida. Él no morirá nunca.
    Un besazo

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